martes, 31 de mayo de 2011

Desconocidos

Aún recuerdo, vida mía, cuando tú y yo nos conocimos, éramos realmente unos desconocidos que no teníamos mucho interés el uno por el otro, y aún lo seguimos siendo. Yo te miraba, tú me mirabas y las miradas de complicidad Iban y venían sin decir nada, sin decirnos nada nos decíamos “Te amo” uno al otro, aunque disimulando, eso sí la complicidad que nos unía para que nadie la descubriese y fuera solamente nuestra. Desde que te conocí, me escondía por los pasillos de la universidad sólo para verte, ya que tú no ibas al mismo curso que yo; averigüé tu horario, investigué las aulas en las que estabas, quise descubrirlo todo sobre ti, e imagino que tú viceversa. Te encontraba cada día a la salida del metro como si estuvieras esperando a alguien en la puerta de la facultad, tú no decías nada, yo no decía nada pero yo sabía que me esperabas a mí, que cada día estabas en la puerta sólo para verme y darte un respiro de las clases que te agobiaban.

Ahora ya hace muchos años de eso, pero quizás no tantos, como para olvidarte y como para que me olvides. Hará dos días te vi con una chica, sí, pero nuestras miradas se volvieron a cruzar, nuestros corazones volvieron a latir uno al son del otro como si fueran uno solo. Te vi, me sonreíste, te sonreí y eso me alegró el resto del día, hacía tanto tiempo que no me pasaba algo así… hacía tanto tiempo que no sonreía… hacía tanto tempo que no te veía… yo seguía asistiendo a la facultad de psicología, pero al parecer tú te habías mudado de carrera, habías terminado una y ahora estabas en la facultad de filología, justo en frente. Me enteré de que te habías matriculado en filología hispánica y en ese momento no dudé ni un segundo en entrar a tu facultad e ir a buscarte y buscarte hasta encontrarte. Ojalá nos hubiésemos vuelto a ver aquel día en el que estuve toda la mañana buscándote por la facultad, tal vez fueras a horario de tarde o tal vez no tuvieras clase aquel miércoles lluvioso, o quizás estuvieras enfermo, no importa; porque, después de unos cuantos años que ya han pasado, sólo puedo decir, que aunque sólo sé tu nombre, desde el día en que te conocí estoy enferma, enferma de amor por ti, y tú y sólo tú puedes calmar esa inquietud, esa ansiedad que me provoca el tenerte tan lejos de mí, el solo hecho de que únicamente puedo contemplarte desde la lejanía y jamás podré darte la mano, ni probar tu suave aliento, ni compartir contigo todos estos secretos que tú no sabes pero que son sólo para ti.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Te amo...


Salí como un terremoto de la biblioteca, tan rápido que no me percaté de que estabas sentado en uno de los bancos a la salida, si hubiera sido así, nuestras miradas nunca más se habrían cruzado, pero fue entonces cuando mi mirada cálida interceptó con la mirada fría y calculadora que siempre habías tendido, o al menos durante los últimos meses que ya no eras la misma persona que un maravilloso e inesperado día conocí.

Te vi, estabas solo, sentado junto a tu mochila y con tu bocadillo de jamón serrano y queso manchego en la mano, pero yo... seguí corriendo, posiblemente porque no quería mirar nunca más tu rostro a pesar de que te seguía amando... seguía preguntándome cómo había podido llegar a odiarte y a amarte tanto y tan a la vez, porque en mi corazón amor y odio se confundían. Pero, en lo más profundo de mi ser, en lo más profundo de mi alma, en lo más profundo de mi corazón y en todo lo que no era tan profundo (¿a quién quiero engañar? me pregunto mientras escribo estas líneas), verdaderamente te seguía amando, te seguía queriendo, quería seguir estando toda la vida a tu lado, porque me habías regalado momentos maravillosos, días maravillosos, situaciones maravillosas, también seguía confiando en ti, seguías siendo mi sueño todas las noches, mi amanecer todas las mañanas, mi almuerzo en la cafetería, nuestro café a medio día y nuestra merienda a media tarde: un café, un vaso de leche y varias pastas para ambos. Pero había algo que coincidía siempre, que se mantenía a pesar de todo, a pesar de nuestras discusiones, nuestras ganas de echarnos la culpa el uno al otro sin motivo aparente; lo común a todas las situaciones que vivíamos, era que siempre nos mostrábamos el uno al otro la misma sonrisa de enamorados, la misma complicidad de personas que tratan temas confidenciales, la misma inquietud por conservar aquello que tanto queríamos a nuestro lado y también por que nuestras expectativas de futuro juntos llegaran a buen puerto. Nuestras expectativas, nuestros seres, nuestras miradas, todo lo que éramos nosotros, tú y yo... se juntaban, se unían en una sola mirada que vislumbraba el horizonte más bello de un atardecer.

R.S.L.W.